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miércoles, 4 de abril de 2012

El último minuto II

 Al recobrar conciencia me di cuenta que estaba en el vagón de primera clase, me encontraba recostado sobre un sillón... había un hombre sentado leyendo un libro de filosofía... no podría decir exactamente de quien, porque al verme despierto cerró su libro y lo dejó a un lado, de modo que yo no podía ver la tapa. Me miró fijamente, tenía un terno color pastel, cabello corto negro crespo, una tez blanquecina, parecía tener alrededor de mi edad, 18 años, y usaba gafas obscuras que le daban una luz misteriosa a su aura... me preguntó si estaba mejor, eso me recordó que tenía un disparo de bala en mi hombro izquierdo, me ardió, mas me encontraba fuera de peligro, me habían vendado para evitar hemorragia. Su aura era sospechosa, no le contesté, mas a el no pareció importarle, comenzó a hablarme sobre el tiroteo, me explicó que aquellos hombres eran parte de una famosa mafia de la zona, y aquel tren se encontraba cargado de oro, el cual procedía del mensajero del rey de la colonia Húngara ''Sigmund'', un emisario hábil en pasar desapercibido y evitar situaciones como esta... por lo cual yo no era mas que un rehén innecesario, aunque por el hecho de involucrarme por donde no me llamaban ya me encontraba liado en el asunto y no iba a salir así de fácil... < así que toma asiento, y relájate o sino el viaje dejará de ser tan cómodo como hasta ahora> no me fue difícil mantener la calma, aún pensaba en mi esposa...

 Si, era mi esposa por derecho divino... no fue un matrimonio ni ante iglesias ni civiles, ni ninguna formalidad... era un matrimonio, un pacto, una complicidad eterna entre ella, yo y dios... era algo espiritual. La extrañaba, la necesitaba, pero no era tiempo para eso, debía alejarme de ella, y si podía usar este rapto en ventaja de eso, lo haría sin pensarlo mucho... <y ¿que será de mi cuando todo esto termine?> el me miró por arriba de sus lentes, parecía ver en mi algo mas de lo que la gente común podía ver... <quiero que seas mi subordinado, a cambio te perdono la vida, y te proporcionaré todo lo que quieras> lo miré directo a los ojos de forma incrédula... < quiero irme lejos de qui... muy lejos y no volver> el pareció comprenderme < pues que así sea... solo debes jurarme lealtad en cualquier orden... mi nombre es Carlos Vistabrava, el dueño de esta puta mafia> se rió con fuerza, lo miré con algo de duda, pero era todo lo que tenía, nada mas que eso, mi nueva y sucia vida, pero sería lejos de aquel pueblo en donde estaba ella, esperándome probablemente, sin encontrar aún la carta que le dejé escrita en su cama.

 Pasaron alrededor de unos 30 minutos, entraron 4 hombres de terno negro al vagón, hablaron un par de cosas al oído de Carlos, este les dio instrucciones y luego se marcharon, al cabo de 10 minutos el tren retomó marcha... íbamos rumbo al paso del desierto, ahí el tren se detuvo y todos los subordinados cargaban con el oro hacia unas camionetas ya preparadas de antemano, me precipité a ayudar, pero Carlos me detuvo, tenía otros planes para mi, me llevó a un segundo vagón de primera clase en donde había una chica amarrada, sus cabellos eran de oro, eran como ondas solares, su piel era blanca como la de mi chica, ojos verde claro, pero intensos, atrapantes, un color casi esmeralda, labios rojos como la sangre misma, con aquel tono obscuro característico de la sangre, Carlos la lebantó y me la mostró, sus senos estaban bien formados, estaban llenos de vida, una figura casi perfecta, llevaba un vestido color amarillo, con adornos coloniales, me miró con sus ojos llenos de odio, mas aun no dijo nada... <tu serás el encargado de cuidar de ella, si intenta escapar o algo no dudes en usar esto...> me hizo entrega de una macana eléctrica, no pensé en usarla, mas la guardé por si la necesitaba en alguna instancia, Carlos me hizo seña de partir cuando terminasen de cargar el oro, nos quedamos solos en el vagón... la miré un rato y ella a mi, compartimos miradas, pero por motivos distintos, ella me odiaba y repudiaba, a mi ella me daba lástima, quería liberarla, pero mi deber era mantenerla cautiva... < ¿por que te tienen amarrada así?> pregunté solo por terminar con aquella aura pesada que invadía el vagon... ella guardó silencio, pero sus ojos seguían quemándome con esa intensidad de su mirada... abrí un libro y me puse a leer, esperaba a que pasara el rato y ella hablase, o que me dieran la orden de partir.

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